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domingo, 28 de abril de 2013

Domingo de plaza en Tlacolula de Matamoros

Son las 10 de la mañana de un domingo cualquiera. Luego de una extenuante semana de clase, evaluaciones se hizo presente nuestro mal humor, tensión muscular, estrés total y ojeras ocasionadas por nuestros desvelos.

Queriendo desconectarme de la rutina tan habitual que me absorbe, salgo a dar un paseo, sin saber por qué tomo un taxi colectivo, el rumbo no lo sé, sólo me dejé llevar por inercia. De pronto el taxista me dice que llegamos al último punto de su ruta, sin hacer más reparos bajo. No sé dónde estoy, una leve sensación de miedo me embarga, sin embargo unos sonidos peculiares por fin me ubican. Únicamente sé que es el mercado.

Dentro hay un mar de gente, es el día de plaza. El movimiento constante, de allí para acá, de un lado a otro, con bultos llevados al hombro, por Vicente quién es cargador y con camisa rota, cuello destapado, su olor a sudor y manos ampolladas, las cuales significan trabajo, se hacen notar los carros llenos de frutas, granos, panela, etc.

Lo que nos muestra llevar el sustento hasta la puerta de sus hogares, soportando el mal humor de algunos clientes mientras que ellos con toda cordialidad solo dicen. ¿En qué le puedo ayudar?, ¿qué va a llevar marchante?, "pásele güerita", o el tan famoso, "llévelo, llévelo, llévelo...", son las constantes frases de los mercaderes de La Plaza de Tlacolula de Matamoros, quienes buscan llamar la atención de las personas que pasan por su puesto, y con ello comprar en su negocio.

Entre los puestos, los olores se entremezclan en el aire proporcionando una atmósfera extraña, con gustó agridulce, en las banquetas se puede escuchar a las personas y sus conversaciones se relacionan siempre con lo caro de la vida, con lo difícil que resulta ganar el dinero.

"En el mercado todo es más barato y más fresco por eso vengo acá, aunque me queda lejos".

A veces se encuentra "gente ajena" al mercado, sus pobladores los llaman "turistas", sus rostros se distinguen inmediatamente, caminan un poco y se detienen haciendo altos consecutivos cuando algo llama su atención, no buscan nada en particular. En algunos puestos encuentran pan, en otros, especias, y hiervas secas; más adelante se topan con los locales de barbacoa y las carnicerías en la parte de atrás descubren la ropa y los puestos de chucherías. Todo les parece nuevo y asombroso, y en calidad de hallazgo se les escucha comentar:

-¿Viste el aguacate? ¿Dónde habías visto unos tan grandes?
-¡Qué barata la carne!, ¿será de res?. no vaya a ser de burro.
-Hay que venir la semana que entra, a comprar verdura. ¿Cómo ves? ¿Venimos?

Cada pasillo comparte un mundo, todos aquí se conocen y se hablan, intercambian anécdotas del día en las entrañas del mercado se esconde un mundo mágico, de risas y de albures, de gritos y ofrecimientos, es como atravesar un portal a un mundo alterno y desconocido.

En cualquier momento llegan personas al puesto de carne, y compran el tasajo, la cecina, tripa, los chorizos, sin olvidar las cebollitas blancas, chiles de agua y las famosas blandas o tlayudas.

Los anafres están al rojo vivo en ese pasillo, el calor se puede sentir, y el olor te abre el apetito, trozos de carne son colocadas en la parrilla la lumbre aumentacon el jugo que segrega la tripita y con las tenazas, la carne es volteada, los chiles de agua truenan y cambian de color, los limones son cortados por la mitad al igual que un aguacate, la carne está lista asada colocada en medio de las tortillas y ahora sí es tiempo de prepararse un taco y disfrutar el sabor de este en su totalidad y para beber no hay como una rica agua de horchata con tuna que venden en la nevería de un local cercano.

-Cuando era niña, me encantaba ir al mercado, ir allá era de lo más divertido, mi abuela me compraba pequeñas cazuelitas de barro, tortilleros y escobitas miniatura, y cuando llegaba a mi casa me ponía a jugar a la casita y comidita luego, luego... Antes toda la gente vivía en el centro de la ciudad y venir al mercado era como ir de paseo. -Comenta Daniela quién es nieta de Doña Chonita.

A medida que pasa el día y el sol empieza a ocultarse, el mercado se vacía de gente; las aceras se vacían de hombres, mujeres y niños; de perros de bicicletas y mercancía. El mercado se adormece lentamente mientras yo emprendo mi viaje de regreso a casa.